No se llaman Abraham I. No son los vagabundos estacionales que murieron de cáncer de hígado al aire libre el miércoles por la noche. Ellos son los que viven mal en la misma fábrica insalubre. Ellos son los que lo conocieron. Los que sobreviven. Los que no suelen aparecer en los medios porque aún no han muerto. Digamos que tienen un nombre. Digamos que tienen una familia, hijos y una historia. Que son algo más que mano de obra explotada en el campo. Incluso digamos que son personas.
En las afueras del pueblo que acogió el Aquarius, hay una vaquería abandonada conocida como «la Garrofera». Allí, en un sótano oscuro y negro donde apenas puedes estar de pie, murió Abraham a la edad de 52 años. Estuvo tres días sin poder levantarse del suelo, postrado por el cáncer. Se desvaneció poco a poco. Hasta que un colega lo encontró muerto el miércoles por la mañana. Deja a su esposa y tres hijos en Ghana, el más joven, un niño menor de dos años a quien ni siquiera ha conocido.
Arriba hay una persona apodada ‘El tío’ (en el lugar todos son llamados por apodos). Él también es de Ghana y conocía muy bien a Abraham. Tiene serios problemas cardíacos y le tiemblan las manos cuando habla. Está enfermo. Pero al igual que Abraham, trabaja como un colisionador naranja y como estacional, pase lo que pase. Como no tiene papeles, cobra cuatro pesos y se ve obligado a vivir como un perro porque una ley de inmigración lo atraviesa y lo condena a la pobreza extrema, fruto de una irregularidad documental.
Ni Abraham, ni «El tío», ni ninguno de los más de 20 migrantes que sobreviven a Garrofera son nuevos. El lugar ha sido durante años un campamento para inmigrantes indocumentados, las administraciones lo saben pero no son capaces de dar soluciones más allá de mandar a la policía para decirles que deben irse.
“Hace tres años ya organizamos una concentración en la Garrofera y limpiamos el lugar. Así que le pedimos al ayuntamiento que hiciera algo, pero no importaba. Llevamos años alertando de esta situación y al final te cansarse Estaba claro que algo así iba a pasar tarde o temprano”, dice Mohamed Mboirick, portavoz de la Federación Española de la Unión Africana.
Richard Kobena de la Asociación Valenciana de Ghana dice que Abraham siguió trabajando a pesar de su grave enfermedad. Una semana antes de su muerte, ingresó en el hospital clínico, pero fue dado de alta y enviado de regreso al único lugar al que podía regresar y donde terminó muriendo. “Lo conocí el 5 de enero repartiendo regalos a niños en una parroquia de Ruzafa. Hablaba español pero por su acento pude ver que era de Ghana como yo. Hablé con él y ya me ha dicho todo. sorprendido de que estuviera tan enfermo», explica.
A pesar de los esfuerzos por encontrarle albergue o entrada en el Centro de Atención al Inmigrante (CAI), Abraham acabó en la Garrofera. “Los servicios sociales y el ayuntamiento deberían haberlo sabido con certeza, y no pudieron encontrar un recurso para un enfermo”, fustiga.
Barrios marginales y chabolas
En La Garrofera hay varias habitaciones que los migrantes cubren con cobijas o puertas para hacer las suyas. El sótano es otro lugar donde viven y algunos incluso han construido cabañas desde cero con madera. “Les dijimos que les estábamos ayudando a mejorar un poco algo, pero dicen que no quieren esforzarse más porque cualquier día de estos pueden venir las máquinas y tirarlos”, explica Richard. La realidad es que en el barrio está prevista una residencia de estudiantes y es de titularidad privada, lo que complica aún más las cosas.
En la fábrica no hay luz, ni agua corriente, ni condiciones para almacenar alimentos, y mucho menos higiénicas para tener medicamentos. Los migrantes han conseguido recoger agua de lluvia con canaletas en un gran bidón industrial, para poder lavar su ropa con ella. Pero para beber agua, tienen que cruzar a una fuente cercana. “No es la primera persona que muere cruzando la Ronda Norte de noche, la ambulancia está allí por ese u otros motivos cada dos semanas”, dice Richard.
Mboirick y Kobena, con el apoyo de otras asociaciones antirracistas como Uhuru, recogen regularmente cientos de euros en comida para llevar, incluso celebran juntos el Ramadán cada año, pero no pueden hacer otra cosa. El sentimiento de impotencia, al ver a su familia viviendo en viviendas insalubres, es muy palpable en el rostro de Mboirick en la garrofera. “No hay derecho a eso, no hay derecho…”, repitió durante la visita.
Estas personas atravesadas por la irregularidad documental solo tienen tres salidas: “Muchos trabajan en aparcamientos, también recuperan chatarra y la dejan aquí para revenderla, y como trabajadores temporales, en concreto en naranja”, explica Richard Kobena.
trabajadores sin derechos
“Nadie quiere vivir en estas condiciones. Nadie está porque quiere, sino porque no tiene otra opción y no tiene papeles, entonces es lo que tiene que hacer”, lamenta Mboirick. Este sábado hay una protesta del movimiento #RegularizacionYA, que busca que el Congreso debata una regularización masiva de los inmigrantes indocumentados que ya están aquí, unos 500.000 en toda España. España ha realizado 6 regularizaciones en la historia de su democracia y Mboirick, pescador, se benefició de la última, en 2005.
“Regularizar a los migrantes es la mejor arma para acabar con esto. Efectivamente, está comprobado que cuando alguien consigue los papeles accede a un trabajo digno y sale enseguida por su cuenta. Solo quiere ganarse la vida”, recuerda Mboisick.
Tampoco hay muchas alternativas. A la falta de refugio en la ciudad se suman los requisitos de entrada para muchos que hacen la vida miserable. “Es normal que mucha gente no quiera ir allí, si no te dejan llevar tus cosas, y te dan una hora de entrada y salida para que no puedas ir a trabajar”, fustiga Mboirick.
Cerca de Garrofera, muchos jóvenes valencianos se reúnen para tomar una copa y organizar fiestas rave. A nadie le importan los vagabundos de la fábrica, a pesar de que se trata de un entorno asociado a la ideología de izquierda, antifascista y antirracista. “Imagínese, con los altavoces a todo volumen, aquí nadie puede dormir en toda la noche”, critica Kobena. “Se paran en la entrada para hacer sus necesidades y dejan mucha basura, y la policía nunca ha culpado a los temporales de los restos de los chicos”, lamenta.
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