Cuando los niños valencianos se refugiaron de la guerra en Odessa

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El domingo 21 de marzo de 1937 setenta y dos niños y niñas hacían cola en la playa de la Malva-rosa de Valencia. Estaban esperando el barco Cabo de Palos, como parte de una expedición que los llevaría a Yalta, luego a sanatorios en Odessa y Crimea, en la actual Ucrania, donde recibirían exámenes y tratamiento médico. Dos meses después, y ya con buena salud, serán enviados por la URSS a Moscú y alrededores, a los llamados «hogares de niños» para que puedan estudiar lejos de la guerra civil.

Han pasado casi exactamente 85 años desde este rescate y 40 años desde el hermanamiento de las ciudades de Valencia y Odessa. La razón no necesita ser explicada. Antes, los niños valencianos eran los que huían de la guerra. Hoy, son los niños ucranianos los que escuchan las bombas hendiendo el cielo de sus ciudades. La madrugada del jueves, Rusia bombardeó las ciudades más importantes de Ucrania de este a oeste. Curiosamente, estos niños valencianos fueron evacuados porque aviones italianos (fascistas) y alemanes (nazis) estaban bombardeando las ciudades más importantes de España.

La del puerto de Valencia fue la segunda de seis expediciones para secuestrar a niños cuyos padres habían muerto o estaban presos por la guerra de España. El primero fue en Cartagena, a cargo del buque Gran Canaria.

El tercero partió del puerto de Santurce el 12 de junio de 1937 con el buque Habana. El cuarto desde Gijón el 23 de septiembre con el navío Daringuerina, el quinto en septiembre pero desde Barcelona en 1938, y el último desde Barcelona el 25 de noviembre, pero en un autocar en París que luego los trasladaría a Yalta.

El refugio que no fue temporal

La expedición de Cabo de Palos la formaban, entre otros, Francisco Navarro, histórico sindicalista valenciano fallecido hace unos meses. Algunos de estos niños todavía están vivos hoy y pueden contar la historia. Una de ellas es Vicenta Alcover, nacida en la ciudad de Valencia en 1930. No fue a Cabo de Palos, sino a la última expedición de todas, el autobús a París.

“Cuando tenía 3 años, mi padre murió en la guerra y mi madre emigró conmigo a Argel. Nos quedamos allí hasta 1938, cuando nos dijeron que teníamos que irnos. Llegamos a Barcelona, ​​donde conocimos a los jefe de la Fuerza Aérea Republicana, yo estaba muy nerviosa por los bombardeos, no aguantaba, y mi mamá me hizo apuntarme a esta expedición”, recuerda.

Una noche de noviembre, salió de España rumbo a París, luego emigró en barco a Yalta, y de allí a pueblos cercanos a Moscú. Su madre la dejó ir porque pensó que el refugio era para tres meses. Al final se quedó allí 20 años y volvió en los años 50, en plena dictadura.

Dolores Cabra trabaja en el Archivo General de Barcelona y es una de las organizadoras de la exposición «Los niños de la guerra cuentan su vida, ellos cuentan tu historia», de la Fundación Archivos de la Guerra y el Exilio (AGE). Cuenta todas las expediciones mencionadas anteriormente e historias de vida como la de Vicenta Alcover. “En los barcos iban niños de entre 3 y 14 años, además de los pedagogos y profesores que los acompañaban. Hasta 1939, cuando se perdió la guerra, ‘los mayores’ no salían”, explica Cabra.

Entre los “ancianos” se encontraba Alejandra Soler, una de las maestras de los niños que siguió cuidándolos en Stalingrado cuando la ciudad estaba rodeada. Sacó a los niños de ella a riesgo de su vida, en medio del asedio nazi. Murió a los 103 años hace poco más de 24 meses.

Los niños que crecieron también tenían historias que contar. Los mayores, más cercanos a los 14, eran aún más jóvenes cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Algunos lograron «engañar» al ejército ruso falsificando su edad y participando en la guerra de guerrillas. Los que se lanzaron en paracaídas tras las líneas enemigas para sabotear. 225 de estos niños de la guerra murieron luchando contra el ejército nazi. La exposición coordinada por Dolores Cabra lo cuenta todo.

“En las lanchas había niños que tenían entre 3 y 14 años”

Los que regresaron a España lo hicieron a finales de los 50, con la dictadura firmemente arraigada en todos los aspectos de la vida en España. Alcover fue interrogado varias veces, la primera cuando llegó al puerto de Castelló, donde les esperaban su madre (que se quedó en Barcelona) y su tía de Valencia. “Me hacían preguntas como cuántos pares de calcetines puedo comprar o si creía en Dios”, recuerda.

Después trabajó en Telefónica como técnico, en Radio Iberia montando televisores y radios, e incluso en Olivetti. En todos los trabajos, fue discriminado por ser de Rusia. Su pasado no le permitía un futuro fácil. El último interrogatorio al que fue sometido, según consta en el estudio, tuvo lugar en Madrid y duró una semana. Participaron, recuerda, agentes de la CIA. “Empezaron diciendo que si me había arrepentido de haber venido a España desde Rusia o si conocía a alguien del gobierno ruso. Al final, insistieron mucho en que les dijera si conocía a alguien que perteneciera al Partido Comunista de España (PCE). ). Le respondí que Dolores Ibárruri”, recuerda sarcásticamente, a sus 91 años.

Dos mil niños de la guerra

El barco que partió de Valencia transportaba muy poca gente en comparación con los miles que partieron de Barcelona o el norte de España. En total, fueron más de 2.900 niños y niñas de guerra. En Cabo e Palos, explica Cabra, «fueron 50 madrileños, y los otros 22 niños y niñas de Málaga, Almería, Xàtiva, Almoradí, Gandía y otros pueblos de la C. Valenciana».

“Estos niños -prosigue- fueron llevados a los ‘baños termales’ de Odessa (entre otros lugares) y fueron revisados ​​uno por uno. Los que estaban enfermos permanecieron allí unos meses para curarse. Luego fueron trasladados a Moscú. «, agregó. él recuerda..

“Se decidió que estos niños se embarcaran porque los fascistas y los nazis habían bombardeado a la población civil en muchos lugares como Durango, Gernika, Cartagena, etc. y el Comité Internacional de la Cruz Roja consiguió arreglar las salidas de esos barcos”. recuerda Cabra.

El trabajo fotográfico está disponible en Internet, e intentó dos veces que se exhibiera allí, en Odessa. La primera fue en 2014, “pero la guerra nos lo impidió”, recuerda Cabra. La segunda vez iba a ser, curiosamente, este 2022.

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