El príncipe Harry, sin su esposa Megan Markel, en la tercera fila de la monumental coronación de su padre. Es la imagen que muestra estos problemas que aún laten en la monarquía británica, este sábado en la gran jornada de su exhibición frente al mundo. La misma que la de ese otro caprichoso príncipe Andrés, envuelto en escándalos sexuales, que estaba pero también confundido con el paisaje. Ambos relegados a un segundo plano en un llamativo Westminster, con más de 2.000 invitados conformando una Wikipedia de historia, poder y fama. Tenían que debutar los reyes de España, él con uniforme de gala; se vistió de Carolina Herrera – una nueva tradición, que no es fácil cuando se habla de los británicos: la presencia de monarcas en el evento, algo que no ha sucedido en coronaciones anteriores. La famosa abadía ha sido un ir y venir de ilustres apellidos. Macron y Lula, por ejemplo, entre los políticos. O Jill Biden, Primera Dama de Estados Unidos, representando a su marido porque un líder de este país nunca asiste a la imposición de la corona a un supernano británico. Los últimos inquilinos de Downing Street -Blair, Gordon Brown, Jhonson-, los líderes de Commonweath también desfilaron por la imaginaria alfombra roja. Un sinfín de personajes de noticiarios, enciclopedias y papel estucado. Como Lionel Ritchie, Nick Kave o una deslumbrante Katie Perry. Toda una pompa, un ejercicio formal muy delicado.
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