Millos, el joven que puso fin a un atasco al estilo samurái

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En la década de los 90, el barrio de Moncasi, conocido como el Rollo, estaba especialmente animado por los jóvenes de las tardes de fin de semana que salían de fiesta en la veintena de locales que le valieron la calificación municipal de “saturados”. Las cubatas baratas también fueron un imán para las pandillas y tribus de la época, aumentando también el crimen. Hasta tres muertes violentas en seis años. Los vecinos, hastiados, estallan con un asesinato que sorprende tanto por la forma como por el motivo. Fue conocido como el crimen de los samuráis cometido en 1994 por el joven José Millos. Fue condenado a 10 años de prisión.

La muerte violenta de Francisco Javier de la Rubia ocurrió el sábado 10 de diciembre. Era de noche. A la altura del popular Puente de Los Gitanos, entre las calles San Juan de la Cruz y Juan Pablo Bonet, la víctima y el homicida coincidieron a bordo de sus vehículos. En el Fiat Tipo iba José Millos, de la misma edad que el occiso, quien llamó la atención de Francisco Javier que conducía un Peugeot 205. Allí intercambiaron una serie de zigzags y juegos de luces antes de que el primero bajara de su auto y se fuera. para hablarle a través de la ventana, momento en el que recibió una bofetada.

Pero el incidente no terminó ahí. Volvieron a interceptar la rue Moncasi, donde los interesados ​​intercambiaron varios insultos. En ese momento, Millos sacó una katana de 11 pulgadas que tenía debajo del asiento y bajó del auto hacia el joven asesinado. Saltó sobre él sorpresivamente.

No estaban solos en ese momento, ya que dentro de los respectivos autos estaban las novias de Millos y Francisco Javier, junto con un par de amigos. Uno de estos últimos, de 16 años, salió a apoyar a su compañero, llegando incluso a colocarse frente al agresor, quien en un movimiento repentino le cortó la cadera.

En el corazón

Durante la pelea, el agresor volvió a empuñar la espada samurái y terminó clavándosela en el corazón. La víctima portaba una barra antirrobo en una de sus manos. Allí desapareció en un gran charco de sangre.

La proximidad de uno de los pubs nocturnos no impidió el trágico desenlace. Un portero de una de estas discotecas no dudó ni un segundo en subir a la víctima al Peugeot y emprender de nuevo la marcha a toda velocidad hacia el CHU Miguel Servet de Zaragoza. Cadáver entró. Al mismo tiempo, varias patrullas de Policía Local y Nacional se desplazaron al lugar. En la escena del crimen encontraron al joven Millos, quien no opuso resistencia, se culpó por lo sucedido y entregó la katana.

La muerte de Francisco Javier ha generado una gran emoción en toda Zaragoza y especialmente en Moncasi, cuyos vecinos han reclamado una mayor presencia policial y el cierre de determinados bares. Coincidentemente, el joven trabajaba como mesero en un negocio familiar, Peña los Pinchos, en la calle Nuestra Señora del Agua. Esa noche había ido a una fiesta, después del trabajo, con su novia y otro par de amigos. Dolía especialmente en el mundo del boxeo, pues en el negocio familiar se programaban peleas ciertos fines de semana, así como en el equipo de fútbol de Los Pinchos, que formaba parte del primer grupo de la tercera división del fútbol laboral, donde ocupaba la defensa o el mediocampo.

Pero, ¿cuál fue la versión que dio Millos? Explicó al magistrado del Juzgado de Instrucción número 1 de Zaragoza, que era el encargado de dirigir las investigaciones, que había sido agredido por varias personas, que le habían tirado las gafas y que «apenas había visto». “Me bajé del auto para defenderme de los que me atacaban”, dijo.

El asesino se quedó con el sable que le había regalado su exnovia en el coche, ya que su madre quería tirarlo

El sable, con una hoja de 28 centímetros y un ancho de cinco centímetros, fue, hasta el momento de su uso, arma de colección. Millos aseguró, ya durante el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Zaragoza, que se trataba de un regalo que le había hecho una ex novia y que lo tenía en el coche porque su madre lo había amenazado con tirarlo. Sus amigos no sabían de su existencia.

Millos era cinturón marrón de taekwondo en el momento del crimen. El día del juicio apareció su maestro, quien explicó que este tipo de espada no se usa en esta especialidad, afirmando: “En la calle, solo la vi en las películas de Ninja, tengo una para decorar”. Agregó que era un «joven tranquilo, al que nunca le había visto discutir». Además, agregó que dentro de las modalidades de esta especialidad deportiva, el homicida “nunca quiso entrar en contacto con nadie porque no le gustaba y además en Taekwondo no se puede pelear con anteojos”.

Durante la audiencia comparecieron cuatro médicos de justicia y un psicólogo. Resaltaron que el imputado no presentaba signos de enfermedad mental, aunque agregaron que el joven presentaba signos de inmadurez y problemas en sus relaciones sociales.

José Millos fue condenado a 10 años de prisión de los 13 exigidos por la fiscalía y la abogada de la familia del fallecido, Cristina Ruiz-Galbe, teniendo en cuenta el Código Penal de la época. La defensa, a cargo del abogado Luis Moros, destacó la absolución por entender que se le podía explicar la defensa de legítima defensa y en su defecto la pena de 6 meses de privación de libertad por homicidio imprudente en el que se acordarían las defensas propias. -la defensa, los trastornos mentales temporales y el miedo insuperable, y la mitigación altamente cualificada del arrepentimiento espontáneo.

De hecho, las declaraciones de Millos apuntaban en esa dirección. Explicó que sintió la sensación de “miedo a la persecución y se espantó al verlo con una barra de hierro”. “Tomé la katana y comencé a mover el brazo de un lado a otro, ataqué a una persona y la acorralé sin saber dónde”.

El alto tribunal que lo condenó rechazó este argumento y acusó al procesado de haber utilizado una espada por haber sido «desproporcionado», pues «solo recibió una bofetada de la víctima» lo que, a juicio del ponente de la sentencia, constituye una provocación para iniciar una pelea más que una provocación seria y grave. Tampoco aceptó el arrepentimiento de Millos porque, aunque no opuso resistencia durante la detención, tergiversó los hechos ante el tribunal. Ahora está en la calle y no ha vuelto a delinquir.

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