La vaguedad compensa, para unos pocos privilegiados, el complicado arranque de Primavera Sound Madrid

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Quizás el enemigo menos temible al que pensó que se enfrentaría el Primavera Sound cuando aterrizara en Madrid fuera la climatología. Se enfrentó al reto de organizar un gigantesco festival en un terreno hostil, a nada menos que 40 kilómetros de la ciudad, y sabía que se enfrentaba a otros todopoderosos personajes de la industria musical que, al parecer desde la menor, habían viciosamente contraprogramados: nada menos que este jueves por la noche Beyoncé en Barcelona y el viernes Guns’n’Roses en Madrid. Pero ninguno de ellos bajó las expectativas de este festival «hecho en Barcelona». Fue algo tan prosaico como el tiempo, lluvias que no llegaron ni a torrentes, lo que obligó a cancelar la jornada que se iba a celebrar este jueves en la Ciudad del Rock de Arganda, con estrellas de renombre como Halsey, Le Tigre, Sparks o New Order borró del mapa y dejó a la multitud del festival tranquila y sin música, al menos por esta noche. Al final de estas líneas, las jornadas previstas en Arganda para el viernes y el sábado seguían en marcha, aunque muchos todavía dudaban de que se pudiera celebrar algo en este parque temático de barro que mostraban las imágenes publicadas en las redes.

En medio del hundimiento, la poderosa organización del festival pudo salvar al menos algunos muebles del hundimiento del jueves: los directos en el escenario Boiler Room X Cupra, el de temática 100% electrónica, y el más estelar de los conciertos de la jornada, el de Blur, que podría trasladarse, con un público reducido, a la sala La Riviera. Cerca de 2.000 privilegiados podrían asistir a una actuación a la que, de haberse cumplido las expectativas de cumplir las fiestas de Arganda, habrían asistido hasta 40.000 personas. Intentaron colocar a otros tres artistas en La Riviera y algunos más en otras salas, pero el margen era estrecho y finalmente no fue posible: «las salas tienen su programación y Blur quiere actuar solo», comentó la ‘organización’.

Los boletos para los británicos tardaron un minuto (literal) en agotarse cuando se hicieron fáciles de comprar el jueves por la tarde. A la hora del concierto, el dramatismo se respiraba en la entrada del recinto contiguo a Madrid Río. Unas doscientas personas esperaban que sucediera un milagro y les dejaran entrar. Luis, un hincha desesperado con abono para todo el festival, se quejó de que se había conectado a las 16:00 horas, hora del reparto previsto, y no podía conseguir entrada. Tampoco le permitieron usar uno de un amigo que lo consiguió pero que finalmente no pudo venir. Su caso fue el de decenas de personas, al punto que ni siquiera se llenó el aforo de La Riviera.

Así, a pelo, sin primeras partes ni milongas, sobre las 21:30 horas, aparecieron en el escenario los cuatro integrantes del grupo londinense, los únicos capaces de competir con Oasis por el cetro de reyes del britpop durante este espectacular evento. bandas que se convirtieron en el mejor lema del Cool Britannia de Blair a mediados de los 90. Su concierto de este jueves, con un setlist ligeramente modificado respecto al que propusieron a la edición barcelonesa del Primavera Sound hace exactamente una semana, retomaría, sin embargo, un período más amplio que cuando dominaron la escena alternativa global.

Empezaron por la discreta Place Saint-Charles, además colando, en primer lugar, uno de los temas en adelanto de su nuevo disco, el primero que publican en ocho años. Un preliminar un tanto suave, pero que permitió que se iniciara sin previo aviso la operación de nostalgia que arrasó la sala durante la siguiente hora y media, y que a veces la transformó en lo que ahora es el lugar en el tiempo parcial, una discoteca, y a veces en lo que debe ser un buen concierto pop: un karaoke con el público entregado. La ola empezó con este There’s No Other Way tan Happy Mondays y por tanto de 1991, seguida de Tracey Jacks, Beetlebum, Villa Rosie o Coffee & TV, esta alegoría perezosa y cantada de la huida de una generación que aún no se preocupaba por avanzar por la precariedad, aún no había impuesto el miedo al futuro en la juventud occidental.

En el escenario, estos cuatro universitarios que en los 90 representaban la cara chic del britpop frente al espíritu norteño y obrero de Oasis ahora parecían una reunión de directores ejecutivos de agencias de publicidad funky y profesores de estudios culturales durante una barbacoa, porque estaban todo en él. camisa a excepción de Albarn, que comenzó con un traje informal y se quitó la chaqueta en la segunda canción. Un grupo de hombres maduros atractivos, cultos y viajados que usaban anteojos costosos con montura de carey y atuendos juveniles para demostrar su edad. Albarn cantó con su porte arrogante habitual, escupiendo agua al público y bromeando sobre cómo le saldrían los dientes en una de las canciones («no hay laca para el pelo tras bambalinas», bromeó con desdén). Parecía un poco más entregado que en Barcelona, ​​quizás por el reducido espacio y embriagado por el vapor que emanaba del público. Por su parte, Graham Coxon hizo valer su carácter intelectual sobre la guitarra sin dejar de atacarlo salvajemente, y Alex James, con el pelo cortado a pipa, lució sobre todo poses de bajo, con un Dave Rowntree que siempre mantiene pegado a la batería. . Todavía les quedan algunos ensayos para engrasar el espectáculo al 100%.

Pero eso no importaba. Cuando llegó el tren de canciones de aquel disco prodigioso que fue Parklife, se desató el alboroto entre un público más intergeneracional de lo que cabría esperar, porque eso es lo que tienen los mitos: cruzar el tiempo. End of a Century, Parklife y To the End se separaron casi inmediatamente después de este álbum. Prepararon el escenario para la canción 2, que llegará unas canciones más tarde y dejará cansado a más de una rótula de saltar al son del famoso llanto.

Hicieron el bis con uno de sus grandes himnos corales, This Is A Low, y al regreso cautivaron al público con Girls & Boys, All Little Faces Albarn. Continuaron con el himno gospel Tender, se deslizaron en el nuevo y honorable The Narcissist y terminaron el trabajo con The Universal. Faltaba la orquesta, pero volver a escucharla en vivo solo demostró que Blur domina la mecánica de la música pop como pocos. La noche, cuando salió, se parecía un poco más a lo que cabría esperar de los cielos de Madrid. La rareza del clima había sido expresada por Albarn antes. «Hoy en Inglaterra hace 32 grados y hace sol. Cualquiera que niegue el cambio climático es un jodido idiota», dijo. Como si lo hubieran oído, aquellas nubes que se alejaban parecían augurar un Primavera Sound que, por error de cálculo o no, no se merecía este frenético estreno en la capital.

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