En Taormina, la tierra que parece mar, camino de Grecia, le pregunté hace tres años a Nuccio Ordine cuál era nuestro destino, a dónde nos llevaba. Nos llevaba al mar de Cavafis, dijo, luego se puso a recitar, mientras caminaba, los versos del poeta griego. Yo estaba detrás, como si de su pantalón negro, de su cabeza rapada, de sus soliloquios se le cayeran esos versos en la isla que al final somos todos. Al terminar su poético discurso, se dio la vuelta y dio unos pasos hasta que me preguntó: “¿Cavafis no está con nosotros?
Cuando lo conocí, en Málaga, con Fernando Aramburu, ya era autor de ‘La utilidad de lo inútil’, estaba preparando otros libros, siempre estaba preparando otros libros. Parecía vivir con pasiones ajenas, de los clásicos, pero que él mismo había hecho propias, una a una. Se subrayan estos libros que entregó a una sociedad que se sorprendió no tanto por su erudición como por su amor por lo que otros sabían antes y que utilizó hoy para contar cómo la conciencia del mundo estaba encerrada en palabras ya escritas. .
Cuando caminaba por Taormina, como si Cavafis hablara en su idioma, el poeta estaba ahí, diciéndole palabras que luego estaban en los anaqueles, llevadas por él, animadas por él, dispuestas por él como alfombras de piedra pulidas por las olas. . Él mismo era un poeta que transmitía, como un niño, lo que acababa de aprender. Su breve recorrido en esta vida está lleno de amor por lo ya escrito, pero sin él, como animador del mundo clásico, no hubiera llegado al presente que le dio a lo que ahora es parte de un legado que lleva su nombre. y tu apellido
Aquí, a mi lado, como llevándolos de la mano, algunos de sus libros: ‘Los hombres no son islas’, ‘Tres coronas para un rey’, ‘Los clásicos de la vida’, ‘La utilidad de lo inútil’… Cliff fue su editorial, Sandra Ollo tomó el relevo de Jaume Vallcorba, esta editorial forma parte de los surcos que el escritor calabrés abrió para explicar al mundo, desde su tierra hasta los últimos océanos que también ha atravesado, desde España hasta Latinoamérica, hasta explicar cómo los clásicos no son memoria sino claridad, no son memoria sino actualidad.
El premio que acababa de ganar en Asturias era para él mucho más que una recompensa, algo que había encontrado en plena carrera por Taormina o las playas de Calabria. Fue la consecuencia de un viaje que lo llevó, editorialmente hablando, a la España de Acantilado, quizá la editorial que mejor comprendió la cadencia de sus producciones filosóficas y literarias, y de allí a todos los países de Hispanoamérica. Ahora mismo era un filósofo en nuestra lengua, atraído por traducciones concretas que le hacían hablar claro, transmitiendo filosofía, a lo ancho de nuestra cultura.
Cuando estalló esta noticia, la última gran noticia que recibió Nuccio antes de la fatal noticia que lo encontró sin palabras y sin vida, era la persona más feliz del mundo. Leyó por teléfono a sus amigos lo que pensaba decirles a los periodistas cuando lo llamaran para saber qué pensaba de las noticias de las letras y las ciencias, pues escuchó que los gobiernos y los países, el mundo entero, tenían que poner su vuelve la mirada a la enseñanza de los clásicos para que los jóvenes abracen otra forma de ver la vida menos urgente, menos banal.
Yo era feliz como un niño. Luego tuvo que viajar a Milán para una operación menor, dijo que estaba en buenas manos. Le dije, porque fue uno de los que llamaron para darle esta noticia de hospitalización, que hace años vi allí, volviendo del hospital, a su profesor Leonardo Sciascia, su compatriota, y hablábamos de este siciliano y de él mismo, como italianos parte de una vida de genios, entre los que Pavese, Calvino, y él sumó nombres propios, como Natalia Ginzburg, Pasolini u otros que venían de mayores. Y luego aseguró que todo iba bien, que todo saldría bien, y nos saludó por los grandes amigos y los grandes maestros que tuvo, que tuvo, en España a los que debía gratitud, por el premio y por la edición en casa y de por vida Don Emilio Lledó fue la luz principal en aquel firmamento de amistad que tanto anhelaba.
Por esas razones que sólo se manifiestan cuando las malas noticias llegan rodando como piedras negras en un mar embravecido, tras ese llamado a la espera y la esperanza, envió un mensaje hablado, ahora sin conversación, como si fuera un abrazo. En este último mensaje de amistad, detalló las vivencias que habíamos tenido, los gestos recientes de uno u otro, y terminó, como iniciando una despedida prematura que luego me helaría la sangre. Con estas palabras de granada, agradeció a todos los que se le ocurrieron en ese momento por lo que todos hicieron para que su vida fuera tan feliz. Ahora se siente como una despedida amplificada por la tristeza de que la realidad siempre vuelve, una ola despiadada.
Era un personaje único, una persona con un entusiasmo que solo se puede decir refiriéndose a sus libros. Al margen de sus libros, en la vida cotidiana ejerce una docencia serena y juvenil, contando lo que aprende, sin pedanterías, con la convicción de que aprende hurgando en los libros. Era un ciudadano progresista, consciente de que «la política neoliberal ha descuidado los pilares de la dignidad humana», convencido de que «hay que mirar la historia para comprender el presente y prever el futuro»…
Bajo la cúpula del hotel Palace de Madrid se reunió al final de la pandemia con su maestro Lledó. Le trajo chocolates a don Emilio para sus nietas, le trajo palabras para expresar su admiración. Los dos se habían reunido para hablar de la filosofía que les une, y parecían estarlo: Nuccio vestido con sus deportivas, Don Emilio apoyando el rostro entre las manos como maestro, discípulo y maestro en las escaleras de una universidad, compartiendo un la luz que la esparcía apagó al hombre que, desde Calabria, contó al mundo la esencia con la que los clásicos le enseñaron a contagiar entusiasmo. La raíz de su obra, el fundamento de su alegría.
Alegría es lo que nos dio. Hace años en Madrid le presenté a una amiga que ya era común, Mónica Margarit, la hija del poeta Joan Margarit. Fue ella quien hace unos días transmitió una noticia que se asemejaba a una piedra lanzada contra el corazón de la vida. Nuccio está enfermo, un derrame cerebral, tras la operación a la que fue sometido en Milán, lo tiene entre la vida y la muerte. Como dice el poema ‘Réquiem’ de José Hierro, como sucedió cuando empezaba a ser cierto que Javier Marías estaba a punto de morir, esta vez la noticia conspira para que el llanto sea el único subrayado posible de la tristeza. Escribir sobre Nuccio Ordine en tiempo pasado es como romper el tambor en el que guardaba la esencia futura de su talento.
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