El gol de San Sebastián es una mezcla de sensaciones. A un lado las ikurriñas ondeando sobre las vallas, a la izquierda con una bandera española que parece abrirse paso con cierta dificultad. Por otro, los gritos, tan ensordecedores que apenas escuchamos las voces de los narradores, en francés, castellano y euskera. Para que todo parezca más ruidoso, resuenan los golpes que dan los espectadores a la publicidad de los patrocinadores del Tour. Víctor Lafay gana, tan sorprendente que casi nadie se lo cree. Y menos Wout van Aert, el favorito, que empuja un ataque de rabia y suelta una maldición que afortunadamente el ruido nos impide escuchar.
Lafay, francés, integrante del Cofidis, quizás el equipo más veterano que más dificultades tiene para ganar etapas en las grandes vueltas y especialmente en el Tour, es el invitado inesperado de la velada donostiarra, el que se cuela en matrimonio sin que se hayan citado él, pero dice ser amigo de todos. Pero lo hace tan bien, tanto que roba las carteras de los Jumbos que se creían felices y contentos porque Van Aert parecía intocable tras el parón en la segunda etapa en la subida al Jaizkibel.
Van Aert es uno de los Seis Magníficos del ciclismo actual. Es él quien se pasa el invierno peleando en el barro del ciclocross con Mathieu van der Poel. Entonces es él quien reactiva el duelo con el jinete holandés cuando llegan las clásicas, que se disputan en compañía de las piedras de Flandes o la París-Roubaix. Y es también el ciclista el que pasará este Tour esperando el embarazo de su mujer. Dice que por nada del mundo, ni siquiera la gira francesa, no quiere perderse el parto de su segundo hijo y que cuando todo esté listo, se marcha junto a su acompañante.
Por eso, en caso de que se adelante el nacimiento, tiene prisa por ganar, por asentar su voto en un Jumbo que, como la UAE, vive el Tour bajo dos facetas, por ganar el maillot amarillo pero acompañado de una colección de pasos.
Llega Jaizkibel, la subida a la Clásica de San Sebastián, el lugar donde Miguel Induráin, en 1990, logró su mejor actuación en una carrera de un día, la montaña guipuzcoana donde no cabe una aguja para tantos aficionados que han viajado hasta la Señalar que la organización envía un comunicado a través de los chats oficiales de WhatsApp. “Pilotos que van delante o detrás del pelotón, extremad la precaución, hay gente en la vía”. Y por todas partes están pintados con un lema, ‘landismo’, en referencia a Mikel Landa, tan impredecible como asombroso, y que si no se metiera a veces en los líos que muestra, tal vez recibiría menos cariño de la gente.
ciclistas espectadores
Cependant, Landa, Carlos Rodríguez, Pello Bilbao et des cyclistes étrangers de la qualité d’Adam Yates, qui est toujours le leader, Romain Bardet, Jai Hindley ou David Gaudu doivent rester comme les spectateurs qui vont au cinéma et s’assoient pour regarder película. , la que realizan Tadej Pogacar y Jonas Vingaard en el Tour. Cuando se mueven, los demás observan. No hay nada que hacer y de momento, en los dos actos del Tour, el que actuó primero fue Pogacar para que su rival danés le neutralizara sin dificultad.
Los dos se quedan solos. Comenzaba la bajada, el lugar por donde subió Induráin en 1990 como un marqués en su bicicleta, en sentido contrario al de ahora, el camino por el que el Régimen envió a sus fieles hace 70 años a pintar en el asfalto los nombres de ciclistas nacidos lejos del País Vasco para desmoralizar a la peña local.
Pogacar mira a Vingaard y hace un gesto claro para interpretar. Pide colaboración para ir ambos hacia la meta. Vingeard niega con la cabeza. Fue el detonante de una captura anunciada y del desafortunado ataque de Bilbao que no tuvo suerte en su Euskadi natal. El sábado jugó en el momento clave y este domingo se tuvo que conformar con la quinta plaza de la jornada. Será otro momento y, una vez más, habrá que estar pendiente de Pogacar porque a la menor oportunidad intentará sorprender a Vingaard. Es hora de la fiesta… el espectáculo de este Tour.
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