Raro es el bar o restaurante español que no incluye un vino Godello entre sus opciones a estas alturas. “El blanco tiene sus épocas: primero verdejo, luego albariño, luego chardonnay y ahora godello”, resume Álvaro Giménez, consultor especializado en vinos y fundador de la tienda online Vinow. “El albariño pasó de moda porque se quemó. Son períodos de seis a ocho años. El pico de Godello fue antes de la pandemia, por lo que aún le queda mucho camino por recorrer antes de que se queme”.
Godello, no «el» godello, es una variedad de uva blanca en expansión. Cada año desde la década de 1990, su producción y superficie cultivada han aumentado, hasta el punto de que el precio de las parcelas en la pequeña comarca gallega de Valdeorras, de donde es originario, se ha disparado en los últimos años. Valdeorras se encuentra en el noroeste de la provincia de Ourense, lindando con El Bierzo. Si a principios de los 2000 se podía conseguir una hectárea con derechos vitivinícolas por unos 30.000 euros, diez años después costaba el doble.
“Es muy difícil encontrar un terreno adecuado. Los hay, pero cada vez son más difíciles de encontrar… y más caros”, explica José Ramón Rodríguez, presidente del Consejo Regulador de Valdeorras, la entidad que agrupa a todas las bodegas de esta Denominación de Origen. Las causas hay que buscarlas en la falta de oferta y la llegada de grandes bodegas interesadas en elaborar vino de moda, así como en la estructura campesina del campo gallego. «Para que te hagas una idea: mi bodega tiene 35 hectáreas y hay 210 solares catastrales. Compras un solar de 200 metros cuadrados, luego otro de 800, luego otro de 200 y así sucesivamente», añade Rodríguez. «Está loca.»
una uva perdida
El “boom” del vino Godello, que por falta de terrenos en Valdeorras se elabora en otras comarcas y denominaciones de origen, cobra especial relevancia porque se trata de una variedad que prácticamente desapareció hace cuarenta años. Una plaga de filoxera (insecto que se alimenta de la vid convirtiéndose en parásito) que asoló varias regiones vitivinícolas españolas a finales del siglo XIX estuvo a punto de arrasar con ella por completo. Sin embargo, el trabajo de «una serie de personas muy adelantadas a su tiempo», afirma el presidente del Consejo de Regulación, consiguió recuperarlo. Hoy en día, todo el mundo quiere producir su propio godello.
“En España hay más de cinco mil bodegas. Es un mercado muy fragmentado. Muchos de ellos tienen que subirse a la ola en todos los sentidos”, continúa Giménez. “Si él toca godello, entonces yo toco godello. Lo importante es estar en los bares”.
«El ataque de la filoxera destruyó muchas variedades. Esto pasó en toda Europa», cuenta Sole Figueroa, responsable de comunicación de Bodegas Godeval, desde donde se llevó a cabo la recuperación. “Godello fue uno de los más afectados. La gente volvió a sembrar, pero necesitaban variedades que dieran mucha cantidad, por lo que sembraron garnacha y palomino, que servían para abastecer el mercado a granel. Fue una vinificación enfocada en la cantidad, no en la calidad, por lo que se dio prioridad a estas variedades de uva.
Las cosas comenzaron a cambiar en la década de 1970 con la llegada al territorio de una oficina de extensión agrícola, un organismo público que funcionaba desde mediados de la década de 1950 para ayudar a los agricultores a modernizarse. «Llegó Horacio y lo primero que preguntó fue cómo podía ayudar. Le explicaron el tipo de vino que se hacía aquí y preguntó si había algo especial de Valdeorras».
Horacio era Horacio Fernández Presa, un trabajador de origen leonés del servicio de extensión agrícola que llegó a la región de Galicia en 1966 y falleció en 2013. “Todas las familias de viticultores tenían vid a granel en sus parcelas, pero elaboraban vino para consumo en casa. Era un vino muy apreciado, pero también muy delicado: hay que estar por encima y mimarlo mucho”, añade Rodríguez. “Desde la oficina de extensión agrícola se seleccionaron las viñas restantes y se empezaron a injertar. Todo el vino godello del mundo se hace con injertos de Valdeorras”.
Horacio Fernández Presa y su equipo fueron inteligentes cuando detectaron “que en Galicia era imposible competir en producción. Teníamos que competir en calidad. En la mentalidad de la época, era inconcebible plantar una variedad tan improductiva. Se pasó de producir 30.000 kilos por hectárea con otras variedades a 9.000 con Godello”, continúa. “Les decían locos, pero a finales de los 90 llegaron una serie de bodegueros riojanos muy prestigiosos y empezó el primer ‘boom’ del godello”.
Además de los pioneros de la región, las bodegas Godeval, Joaquín Rebolledo y Guitián, Rodríguez cita como impulsores de la uva al enólogo riojano Telmo Rodríguez, al también riojano Rafael Palacios, y al grupo Capellanes de la Ribera del Ruedo. «En los círculos especializados, Godello siempre ha sido muy apreciado», dice. “Está evolucionando y envejeciendo muy bien”.
La tendencia a consumir vino blanco y joven en detrimento del tinto (en La Rioja hay que destilar excedentes por la caída de las ventas), sumado a los cien puntos en la prestigiosa lista Parker que recibió un vino godello en 2022 hicieron el resto. “Presencia en el listado, el boca a boca y el trabajo constante. La difusión por parte de expertos que vieron el valor de la variedad y la artesanía también sumó”, dice Figueroa.
Blanco y embotellado
Desde este primer “boom”, el número de hectáreas sembradas y la producción han seguido aumentando. “En los años 70 producíamos entre veinte y treinta mil kilos al año. Ahora, solo en Valdeorras, producimos alrededor de 4,5 millones de kilos al año. El crecimiento es de un millón al año”, prosigue el presidente de la denominación. Insiste en que, siendo esta comarca su cuna, el vino Godello de allí es “un éxito seguro: no sólo por la variedad, sino también por el suelo, la lejanía de la costa y el clima que tenemos. El control de calidad que tenemos es enorme y no puede ir ni un kilo de otro tipo de uva. En otras denominaciones de origen lo mezclan”.
Más allá de Valdeorras, el vino Godello se produce en la Ribeira Sacra, en Monterrei, Ribeiro e incluso en el Bierzo. Desde el Consejo Regulador reconocen que podrían producir más y lo seguirían vendiendo, pero la competencia va donde ellos no.
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Que el vino se conozca por el nombre de la variedad de uva y no por la denominación de origen -como el vino de Rioja o Ribera- es «un arma de doble filo», reconoce Rodríguez, porque la gente no pregunta por tu denominación.
“Es cierto que con el blanco lo que se pide es la variedad de uva, no la DO. El tinto está más orientado a la marca. Pero es un sector tan fragmentado que la comercialización es imposible”, afirma el fundador de Vinow. ¿Existe otro disparador que dispare las ventas, que sea determinante para que unos y otros no sean vinos de moda? «No sé. Vivo la moda como todo el mundo. El esquema son los vinos blancos, ligeros, minerales y aromáticos. Lo que llega al mostrador es sencillo y cuando bajan las ventas en España se lleva al exterior. Ahora lo que llega es un blanco fermentado en barrica, que sería un blanco crianza. Pero es verdad que le falta nombre».
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