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Primitivo Jerónimo es residente de Las Manchas, en El Paso. Su hogar siempre ha estado en este barrio, desde que sus antepasados ​​llegaron a la región desplazados por la migración de diferentes partes del mundo. Los que le precedieron siempre quisieron mantener sus raíces con Isla Bonita y por eso se instalaron justo encima de la carretera LP-2, en una casa que ahora ha desaparecido por completo bajo la lava del volcán La Palma.

El flujo de lava del volcán La Palma que emergió el sábado arrasó muchas casas

Con su agradable manera de contar la historia de la vida, este maestro manchego se ha convertido en un columnista no oficial de su barrio. Jerónimo ha ayudado a preservar durante muchos años las historias de quienes han superado con éxito otros tiempos de crisis para continuar su vida en Las Manchas. Porque si algo han sufrido los habitantes de La Mancha son los volcanes. La zona que sucumbió a las continuas lluvias de ceniza del Tajogaite ya fue azotada por otro volcán, el de San Juan, que devastó todo lo que conocían hace apenas 72 años, en 1949. Hoy, una vez más, los vecinos enfrentan el sigilo de nuevos flujos de el volcán que, en su vertiente sur, vuelve a causar más destrucción a medida que ingresa a las entrañas de este distrito fronterizo entre El Paso y Los Llanos de Aridane.

Aparecen grandes grietas de apertura en el cono principal del volcán La Palma

Los ultimos recuerdos

Entre los edificios que han dejado de existir, enterrados bajo la lava, se encuentra la casa natal de Primitivo. Es el lugar que abrigó los últimos recuerdos de su familia. Me vienen a la mente dos: un reloj de pared y un acordeón. Primitivo aún puede ver, a través del recuerdo de estos objetos, las fortunas y desventuras de una familia que decidió quedarse con estas reliquias, futuro de viajes o triunfos en la vida. El reloj llegó a Las Manchas de la mano de Valentín el Majorero, el abuelo paterno de Primitivo, quien en sus idas y venidas de Cuba trajo «muchas herramientas, en troncos de cedro del país moderno de la época» para sobrevivir a La Palma. Entre estos tesoros se encontraban yunques para zapatería y tirantes de carpintería. También una báscula de dos platos con peso del sistema británico, un reloj de bolsillo Cuervo y Sobrinos y un reloj grande, con una noble caja de madera y una puerta de vidrio, «con una cuerda y una campana». «Sonó cada media hora y cada hora».

Con tan solo 17 años, Valentín Jerónimo emigró a Cuba con doce de sus trece hermanos y hermanas. Como dice Jerónimo, a su regreso, con unas onzas – «imagino oro o plata» – logró labrarse un futuro en La Palma. De los tres hijos que tuvo, el mayor murió durante la Guerra Civil española, mientras que los otros dos, mellizos, «estaban tirando una moneda y emigraron a Venezuela». El motivo de la brutal emigración no es otro que la erupción de 1949, que asoló la finca familiar El Cercado en Llano del Banco.

Así de rápido fluye la lava del volcán la Palma

El que decidió quedarse

El hermano que decidió quedarse en la isla continuó su vida en Las Manchas cuidando el continente. Jerónimo vuelve a recordar aquellos recuerdos que quedaron atrapados en la lava. «El reloj cubano que trajo mi abuelo Valentín era sonoro, elegante, delicado». Su abuela Saturnina lo colocó encima, bien apoyado y equilibrado. “Era un reloj elegante, que tintineaba bajo los azulejos franceses de la casa orientada de norte a sur”, describe. Saturnina lo cuidó como oro sobre tela, y al final del día seguiría girando la manija para operar el mecanismo. «Este ruido mecánico y centelleante» fue muy especial para Saturnina porque mantuvo presente el recuerdo de su marido durante sus ausencias temporales «en su itinerario cubano y durante su salida definitiva en 1959».

A partir de ese día, «se quedó sola con su reloj actual, hasta 1977 dejó de sonar porque su corazón también dejó de latir». Desde entonces, el reloj ha dejado de dar las horas en la casa aislada en un lugar conocido como El Sitio. Ya no era necesario que siguiera siendo el «estímulo y el encanto» que se había convertido para Saturnina, y que le había servido para sobrellevar «un estado de profunda melancolía» provocado por la pérdida. De su marido y uno de sus hijos. sus hijos. , así como la partida del otro, a vivir en América.

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El reloj cubano se quedó en silencio durante varios meses, «tal vez uno o dos años en el armario del piso de baldosas francesas que resistió la embestida del volcán San Juan». Primitivo cuenta cómo «en una tarde ventosa del este, mamá y yo nos refugiamos en la casa deshabitada de la abuela Saturnina». En ese momento, una corriente de aire movió el pequeño martillo que golpeó la pequeña campana que «sonaba celestial». Sacaron el reloj cubano del armario y se lo llevaron a su casa, junto a la Montaña de Cogote. «Allí, con mucho cuidado, delicadeza y paciencia, lo volví a montar, temblando de emoción por si esta máquina centenaria se averiaba».

Campanas y péndulo

Pero no fue así. Campanas y péndulo se sincronizaron y, de esta manera, “el recuerdo de la abuela, la historia de los viajes de su esposo Valentín desde y hacia Cuba y la nostalgia por la ausencia forzada de sus hijos resonaron nuevamente, esta vez en la casa donde nací. . «. El reloj permaneció intacto, funcional y estético hasta el 27 de noviembre, cuando «la lava hedionda de este volcán que destruye esperanzas e ilusiones lo llevó a la oscuridad». Primitivo lamenta que «su última campana, en medio de tantos ruidos infernales, haya regañado con honor, al que no tiene este volcán de miseria y crueldad», haciendo «llorar a la abuela», claro, allá arriba en las estrellas «, sino» Yo también «.

El otro protagonista de esta historia también ha desaparecido en esta casa. Se desconoce su origen, pero llegó a la familia Primitivo a través de su madre, a través de su abuelo Conrado Pérez. Nació en Sancti Spíritus, hijo de emigrantes de Santa Cruz de La Palma en la isla caribeña. A su regreso a la isla, decidieron instalarse en Las Manchas, en el momento en que el último volcán fue en 1712, en El Charco, “y nadie recuerda esta fecha ni en Cuba ni en La Palma”.

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Llano del Corazoncillo

Conrado se casó con Lucila Hernández. Vivía en una casa del Llano del Corazoncillo. Tuvieron tres hijas y cinco hijos. Uno de ellos, Ignacio, murió cuando apenas tenía dos años después de comer altramuces sin curtir, lo que los vuelve venenosos, dice Primitivo, quien también cuenta cómo murió su abuela Lucila en 1939, «joven, poco más de 30, con enfermedad pulmonar hereditaria». .

Conrado era pescador y pasó semanas residiendo en Puerto Naos en busca de sustento para sus siete hijos, que quedaron a cargo del mayor de ellos. Las penurias de la época también obligaron a muchos de estos niños a emigrar en busca de un futuro. Ninguno de ellos regresó, «a excepción del tío César, que en 1959 hizo escala en esta isla de camino a Estocolmo para una operación a corazón abierto que no tuvo. Apoyo», lamenta Jerónimo. Probablemente sea aquí cuando el acordeón llega a la casa familiar. Él mismo imagina que «fue un regalo que el tío César le trajo a su padre en su fatídico viaje a Estocolmo», pero tampoco sabe «cómo aprendió el abuelo a tocarlo; Ni siquiera recuerdo si lo hizo bien y limpio ”. El acordeón era pequeño, alemán, hecho por Hohner, «y siempre estaba dispuesto a deleitarnos con su música instrumental».

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Cada vez que el pescador regresaba de su trabajo en el mar y coincidía con una celebración familiar, «el abuelo se ataba las correas y tocaba el acordeón», era un verdadero «lujo», en un momento en que no lo hacía. Todavía no había electricidad Luz en Las Manchas, sin radio ni televisión, y en la que “los vecinos paraban su trabajo para escuchar el acordeón del abuelo Conrado”.

Guardado siempre cuidadosamente en un estuche negro, el acordeón se ha convertido en una especie de reliquia musical que, a la muerte de Conrado en 1977, permitió a sus nietos aprender a tocarlo, lo que nos hizo «recordar siempre a nuestro abuelo pescador». Sus últimas notas musicales sonaron el 27 de noviembre «bajo el manto oscuro de la escoria fétida de esta monstruosidad que arruina el presente y el futuro», lamenta Primitivo. El reloj perdió potencia, sonido, tren de engranajes, esfera y manecillas. El acordeón de piano ha dejado sus teclas y el resplandor de su caja gris debajo del volcán destructivo. Y es que la casa donde nació Primitivo Jerónimo desapareció con el reloj y el acordeón.

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